Tras recibir ayer la entrada en el blog de la Academia de Ciencias Veterinarias de la Región de Murcia del Profesor Antonio Bernabé, me quedé pensando en unas palabras que siempre y desde pequeñito le escuché decir a mi padre, y que no conseguía entender bien, pero que conforme fui creciendo las entendí, hasta que, como decía al principio, ayer resonaron en mi interior como un eco. Y era la siguiente frase: “Nene, las cosas en vida”.
No pongo en duda el valor inestimable de escribir un In Memoriam, una nota de reconocimiento público hacia una persona que de alguna manera nos marcó, por sus virtudes, por sus enseñanzas o por cualquier otra cosa. Tampoco me parece mal que se levanten estatuas, monumentos, placas, bustos o cuadros, o se nombren instalaciones, con los nombres de insignes personas que contribuyeron de forma importante o crucial al crecimiento o al florecimiento de instituciones, quedando, así como un reconocimiento imperecedero al servicio de la sociedad. Me parece bonito, pero muchas veces estas actuaciones, por diferentes motivos, tardan en ponerse en marcha y los personajes reconocidos no lo llegan a ver, aunque sí sus familias. Pero, desde mi interior, y recordando las palabras, me sigue latiendo la frase: “Las cosas, en vida”. Y por eso, voy a escribir esta entrada. Pese a iniciar yo el texto, Cristina Castillo comparte su autoría, porque su pensamiento y su vivencia son exactamente los mismos.
Hay dos personas en esta Academia a las que le quiero (queremos) hacer llegar nuestro reconocimiento en vida. Por motivos de la LOPD, les llamaremos simuladamente C a una y A a la otra. Siguiendo con la imaginación, supongamos que nos conocemos hace 37 años, supongamos que estas personas llegaron en un Renault 11 de color gris, supongamos que empezaron en el mismo puesto de trabajo y supongamos que se retiraron con una diferencia de menos de tres meses. Además, alcanzaron la cúspide profesional (es un hecho, no lo digo yo gratuitamente). Y dicho esto, para nosotros, también alcanzaron la cúspide personal, pues fueron capaces de integrarnos a nosotros que éramos unos recién llegados como unos miembros más de su familia, estando constantemente a nuestro lado.
Nos ayudaron a crecer profesional y personalmente. Profesionalmente porque nos dirigieron para ir completando etapas, contribuyeron de sus propios recursos a asumir costes económicos, y siempre creyeron en nosotros. Personalmente, estuvieron siempre cerca en la mayoría de los momentos más importantes de nuestras vidas, buenos y malos, y transmitiendo dos cosas: disposición a ayudarnos y mucho cariño. Su frase preferida parecía ser: “¿Qué necesitas?”, a la vez que enviaban una sonrisa, lo cual daba y sigue dando mucha calma. Pocas veces los vimos enfadados por algo, y seguro que lo estarían más de una vez, y de hecho recuerdo que tras suspender un examen C muy injustamente, se desahogó un momento, y fue, acompañado de su familia y sus amigos, a “celebrar” una comida, dando una lección de vida, la cual nos atrevemos a sintetizar como: con los míos (familia y amigos), no tengo miedo a nada, puedo con todo. Eso demuestra una confianza en si mismo y unos principios muy arraigados.
Podría seguir contando, recordemos que simuladamente, muchas anécdotas, pero solo servirían para corroborar la idea aquí plasmada. Por lo dicho, y por lo que se puede deducir, para nosotros, tanto a C como a A son nuestros Mentores, con el mismo significado que expresó Homero en su libro la Odisea, en el cual Mentor, figura de amplia experiencia profesional y personal, acompaña desinteresadamente a Telemaco, hijo de Ulises, contribuyendo decisivamente a su crecimiento en ambos campos.
Y debemos decir que ya nos gustaría que algunas personas se acordasen de nosotros sólo la mitad de lo que nosotros nos acordamos de nuestros Mentores. Por eso, y para concluir, gracias por vuestro apoyo, gracias por vuestras enseñanzas, gracias por estar ahí, y que, por supuesto, podamos compartir muchas veladas más.
Joaquín Hernández Bermúdez
Cristina Castillo Rodríguez
Académicos Correspondientes.